Santo Domingo. Este sábado 16 de agosto se cumplen 162 años del inicio de la Guerra de la Restauración de la República Dominicana, considerada la más contundente expresión de la identidad nacional y una gesta decisiva para la definición y afianzamiento de la soberanía.
Conocida también como la “Segunda Independencia”, esta epopeya patriótica tuvo lugar entre 1863 y 1865, apenas veinte años después de la proclamación de independencia el 27 de febrero de 1844. Se trató de un movimiento popular y nacionalista que devolvió al país la libertad perdida tras la anexión a España en 1861, siendo sus principales protagonistas los campesinos, quienes enarbolaron la bandera del republicanismo democrático y representaron el anhelo de progreso económico, social y político de su tiempo.
La Guerra de la Restauración fue el mayor conflicto armado que ha vivido el país, incluso si se compara con los acontecimientos de la época colonial. Su detonante no fue solo la imposición colonial, sino también las luchas intestinas entre líderes dominicanos, que desde los primeros años de la República se disputaban el poder, desplazando incluso a quienes más habían sacrificado por la independencia.
A estas divisiones internas se sumaron amenazas externas. El gobierno haitiano reclamaba la indivisibilidad de la isla amparándose en el Tratado de Basilea de 1795 y se oponía a la independencia de la parte oriental, que había estado bajo su dominio desde 1822 hasta 1844. Paralelamente, potencias como Francia, Inglaterra, España y el emergente poder de Estados Unidos —al que José Martí llamaría “el imperio del norte”— miraban con interés la estratégica bahía de Samaná, no por un compromiso real con el desarrollo dominicano, sino como pieza clave en sus planes militares y geopolíticos.
En el caso de Haití, su objetivo estratégico era evitar que el territorio oriental cayera bajo control de alguna potencia extranjera y, en caso de verse presionado militarmente, poder ofrecerlo como moneda de cambio o botín de guerra en un eventual tratado de paz.
Para finales de 1864, el movimiento restaurador ya se había extendido a todo el territorio nacional. Los combatientes, inspirados en las consignas “Libertad o Muerte” y “Guerra a Muerte contra el Colonialismo Español y los Traidores a la Patria”, lograron sostener una resistencia que culminó en 1865 con la retirada definitiva de las tropas españolas y la plena restauración de la independencia nacional.
La gesta restauradora no solo devolvió la libertad al país, sino que reafirmó la voluntad de un pueblo de ser dueño de su destino frente a las amenazas internas y externas, dejando un legado de unidad y sacrificio que sigue inspirando a la nación.
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