Un tiempo para alojar y desalojar

Por Ángel Gomera.

El autor es abogado.

 

La navidad es un tiempo de expectativas y esperanzas; una oportunidad para reajustar las emociones y tomar la decisión valiente de enriquecer o empobrecer tu existencia; es también una época para alojar o desalojar cosas de la posada interior, si así te lo propones.

Por tanto, esta temporada trae consigo una serie de efectos en nuestras vidas que pueden ser tanto positivos como negativos, que van más allá de las luces brillantes de colores, de las casas bien decoradas, de encuentros familiares, de muchos gastos, endeudamientos, de ruidos y felicitaciones por doquier, de calles entaponadas y degustaciones culinarias.

Es que la navidad posee un potencial dual interesante; por ser un catalizador impresionante y mágico para el cambio positivo, la innovación y el crecimiento, impulsando la superación personal y la mejora continua desde la profundidad del alma. Sin embargo, también dependiendo de cómo se asuma o decida vivir esta época, puede conllevar el riesgo de generar discordia, sufrimiento o lamentaciones, si no se maneja con prudencia, humildad y una perspectiva constructiva hacia la supremacía del bien.

Cabe preguntarnos ¿Qué debemos desalojar de nuestras vidas en esta navidad?

Existen personas que se sienten hundidas y pérdidas en un laberinto existencial y no encuentran soluciones a sus problemas. Viven atrapadas en un mundo de apariencias y se dejan cautivar por la corriente del consumismo y la inmediatez: el aquí, el ahora, lo fácil y el camino más corto o buscar atajos para llegar a un fin. Entienden que la avaricia por el poder y el afán desmedido por el dinero es el camino; pero resulta ser la desgracia.

Asimismo, están dispuestos a cualquier cosa y ser protagonistas de cualquier escándalo con tal de ser influencers o tener un poco de fama, de likes o ser ¨popular¨. Esa búsqueda afanosa y desmedida lo explica muy bien San Juan Enrique Newman, cuando se refiere a un ídolo con tanta vigencia en este tiempo: ¨la notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo; el cual ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración¨.

Y esto dicho con anterioridad, impulsa a caer en el juego de la posfelicidad, una mutación de la verdadera felicidad. El problema es que esta nueva concepción de la posfelicidad, como muy bien lo explica José Carlos Ruiz en su libro ¨Incompletos. Filosofía para un pensamiento elegante¨, condena a la persona a la búsqueda constante de una felicidad que nunca podrá darse en la individualidad narcisista – hedonista de quien se siente desligado de todo deber, y a la vez depende patológicamente de la opinión de los demás. Porque la posfelicidad no permite una evaluación en manos del propio sujeto, sino que necesita ser reconocida por la comunidad.

Para no divagar, respondiendo a la pregunta, para poder desalojar hay que combatir con todos esos sentimientos o comportamientos contrarios al verdadero sentido de la navidad, como el desaliento, el resentimiento, la depresión, el miedo, las dudas, el pesimismo, el desánimo, entre otros; los cuales son tristes peregrinos que merodean y buscan hospedaje en nuestra casa interior; queriendo demostrar que la felicidad no existe.

Aquí la conclusión que debemos arribar en esta navidad es trabajar el ¨yo¨. Ese ¨yo¨ que ve a los demás como planetas dando vueltas en torno a sí. Como decía un sociólogo, todo lo que rodea a ese individuo es como si fueran prótesis. Vale en tanto en cuanto le ayuda. Cuando eso que le rodea no ayuda ni favorece el bienestar del “yo”, sencillamente lo tira.

Por tanto, está en cada uno de nosotros aprovechar esta época para reflexionar y así poder identificar en lo particular esas cosas negativas que debemos sacar de nuestro diario vivir; que este proceso sea realizado desde la honestidad y no desde la imposición. Si eso que estás haciendo no resulta en beneficio directo y tangible de la calidad de tus relaciones con los demás; si esto lo haces solo para sentirte bien tú, eso no es correcto. Es tiempo de desalojar esa actitud.

Es bueno hacer una parada por un momento, es oportuno abrir espacio para ti y tu familia, los problemas no se van a ir, las preocupaciones allí seguirán, pero por lo menos si te decides, recargarás fuerzas para seguir adelante como peregrino de esperanza. Hay que recordar que “La esperanza no defrauda”: no se trata de “no hacer nada”, es de ponerse en camino. Es tensión entre lo ya experimentado y lo que falta por recorrer.

¿Y qué debemos alojar en nuestras vidas en esta navidad?

Para responder a esa pregunta, necesariamente debemos situarnos primero en el siguiente texto bíblico: “Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.” (Lc 2,6-7)

Impresionante leer como San Lucas describe el nacimiento de Jesús; nos mueve a imaginar cada situación o escena que nos pudieran completar los hechos en perspectiva: el trajín del viaje, el sudor atiborrando los poros por tan larga travesía, el polvo del camino, el paso de una mujer embarazada, un peregrinaje muy agotador y para el colmo no encontrar alojamiento para descansar.

Figurar como crecía en ese momento la incertidumbre, la angustia con cada portazo que recibían en Belén; ver en José y María el cansancio agarrado de la mano con la perturbación que se acrecentaba en cada instante; y entonces tuvieron que irse a un establo; aquí cabe suponer el silencio de las últimas escenas del parto, el aroma no agradable de aquel lugar; sin embargo, el rey del universo nace entre los animales, porque en el pueblo de Belén, no hubo espacio para Él. Aún así, aquel lugar da acogida a la esperanza que no muere; se vistió de hermosura divina y de grandeza en la humildad.

Si regresamos a este tiempo, al ahora, al aquí, luego de realizar ese ejercicio imaginativo; creemos que la respuesta de que debemos alojar o quien debemos alojar en nuestras vidas en esta navidad, está a nuestro alcance: Jesús, el que le da el verdadero sentido a la navidad. Solo basta en convertirnos en pesebres vacíos puramente necesitados de darle a Él alojamiento y así se nos instale dentro y llene nuestras carencias. Si Cristo nace en nuestros corazones; entonces nuestras vidas, tendrá un nuevo comienzo. Hay que recordar que Él no despreció un establo ni un pesebre, tampoco va a despreciar nuestros corazones.

San Agustín nos comparte una frase oportuna para alojar al Niño Jesús: «Debes vaciarte de aquello con lo que estás lleno, para que puedas ser llenado de aquello de lo que estás vacío». A veces nos llenamos de tanto y lo más importante se queda fuera. Navidad es tiempo para abrir espacio para lo más importante y tiene mucho que ver con aprender a estar y vivir juntos en la solidaridad, abnegación y la participación en causas mayores más allá de nuestro mundillo egoísta.

Para alojar el amor y la plenitud de Dios, primero debemos despojarnos de las cosas banales y vacías que nos convierten en vertederos acumuladores o zombies vivientes y así abrir espacio para que Dios llene nuestro corazón inquieto con su verdadera alegría, gracia y propósito.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *