Una fe inquebrantable

Por Wendy Carrasco de Arismendy, periodista.

Durante el último año, enfrenté uno de los procesos más duros de mi vida: una crisis de salud que sacudió profundamente mi mundo. Esta prueba impactó cada esfera de mi existencia: la social, laboral, ministerial, económica y familiar. Me vi doblegada, quebrada, sin fuerzas… hasta que reconocí que mi sustento no proviene de mí, sino de Dios. Solo en Él encontré paz en medio del caos.

Esta experiencia me conectó de forma especial con la historia bíblica de la mujer del flujo de sangre, quien por doce años cargó con una enfermedad que le robó su bienestar físico, sus recursos y hasta su dignidad. Pero su fe permaneció viva. Con determinación tocó el borde del manto de Jesús y ese acto de fe cambió su destino. Fue sanada, fue restaurada, fue salva.

Hoy me dirijo a las mujeres que sienten que ya no pueden más. A quienes han perdido la fe, la esperanza y las fuerzas. Les animo a mirar al Maestro. Él sigue teniendo el poder de sanar, de restaurar y de hacer nuevas todas las cosas.

En los momentos en que escasea el pan y el aceite, también escasean los amigos. La prueba revela muchas cosas: quiénes están, quiénes se van, quién es realmente un hermano o amigo. Pero sobre todo, la prueba revela lo más importante: quién es Dios para ti.

Y en medio de todo esto, quiero detenerme a resaltar algo esencial: la familia. Mi madre, mi esposo y mis hijos han sido mi sostén terrenal. Su amor incondicional, sus oraciones y su presencia constante me recordaron que la familia es nuestro primer ministerio. Cuando todo tambalea, ellos son quienes se mantienen en pie con nosotros, quienes lloran, oran y creen a nuestro lado. Esta etapa no solo fortaleció mi fe, sino también los lazos con quienes Dios me ha confiado más cerca del corazón.

Hoy, puedo decir con convicción que esta crisis no me venció; me transformó. Me hizo más fuerte, más agradecida, y me devolvió una fe que no depende de mis fuerzas, sino de la gracia del Dios que nunca abandona.

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