Por Ariel Cabral.
A propósito de este 24 de septiembre, día en que los católicos, no sólo en la República Dominicana, sino en toda la Iglesia universal, celebramos con gozo la advocación mariana de Nuestra Señora de las Mercedes, quiero aprovechar la ocasión para hacer una aclaración importante. Con frecuencia, algunos hermanos de otras denominaciones cristianas nos acusan de “adorar” a la Virgen María, cuando en realidad esa no es, ni ha sido nunca, la enseñanza de la Iglesia.
Para nosotros, los fieles en comunión con el Papa, la adoración se debe únicamente a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esa adoración, llamada latría, es exclusiva del Creador, fuente de todo lo que existe. A María, en cambio, le tributamos veneración y amor filial, reconociendo en ella a la Madre de Jesús y, por tanto, Madre nuestra en la fe. Es lo que la tradición llama hiperdulía, una veneración especial, pero jamás adoración.
La devoción a María no disminuye ni compite con el culto a Dios; al contrario, lo realza, pues toda verdadera devoción mariana conduce al corazón de Cristo. Ella es la primera discípula, la mujer que dijo “sí” al plan divino y que, con su fe humilde y firme, abrió el camino de la salvación para toda la humanidad.
Por eso, al festejar a Nuestra Señora de las Mercedes, patrona del pueblo dominicano, lo que hacemos no es idolatría, sino gratitud: agradecemos a Dios por habernos dado una Madre que intercede, acompaña y nos conduce siempre hacia su Hijo. Quien ama verdaderamente a María, ama más y mejor a Jesús, porque comprende que nunca se puede separar a la Madre del Hijo.
Que esta fiesta sea ocasión para unirnos como familia de fe, superar malentendidos y reconocer que, en María, la Iglesia contempla el modelo más perfecto de entrega a Dios y de fidelidad al Evangelio.
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