Noche de virtuosos: “Amigos Siempre Amigos” cautiva en la Sala Aída Bonnelly de Díaz del Teatro Nacional

Por Ariel Cabral.

Santo Domingo. La noche del pasado sábado, la Sala Aída Bonnelly de Díaz del Teatro Nacional Eduardo Brito se transformó en un auténtico santuario de la música lírica, donde el arte del canto se convirtió en lenguaje de fraternidad y emoción compartida.

Bajo el título “Amigos Siempre Amigos”, el concierto reunió a un público ávido de belleza sonora y sensibilidad artística, dispuesto a celebrar, en cada nota y cada frase musical, la fuerza de la amistad y del talento que trasciende generaciones.

A las 8:15, el telón se alzó para dar la bienvenida a un elenco de extraordinaria calidad. La mezzosoprano Belkys Hernández, alma y organizadora del evento, abrió la noche con la elegancia y la profundidad que la caracterizan, seguida por el prestigioso tenor Juan Cuevas, verdadero referente del canto dominicano, cuya voz resuena con autoridad y emoción en los grandes escenarios internacionales.

La joven soprano Gabriela Reyes, heredera del legado de su padre, el tenor Juan Tomás Reyes, aportó frescura y brillantez con un timbre que cautivó desde los primeros compases, anunciando un prometedor futuro en la lírica nacional.

El programa de la noche se desplegó como un mosaico cuidadosamente diseñado, donde la ópera, la zarzuela y la canciones dominicanas y latinoamericanas se entrelazaron en un recorrido sonoro capaz de transportar al público a distintos universos emocionales.

Belkys Hernández inauguró el viaje musical con la emotiva y profunda “O del Mio Dolce Ardor” de Gluck, cuyo fraseo delicado y control preciso arrancaron los primeros aplausos de la audiencia. Luego, deleitó con la interpretación de “Voi Che Sapete” de Mozart.

Gabriela Reyes siguió con la icónica “O Mio Babbino Caro” de Puccini, que provocó sonrisas, suspiros y un silencio reverente entre los asistentes, demostrando una madurez expresiva sorprendente para su edad.

Cuevas, con su interpretación de “Allerseelen” de Richard Strauss, ofreció una lección de dramatismo y hondura vocal, y luego sorprendió con su apasionada versión de “El país de la sonrisa”, de Franz Lehár, llenando la sala de emoción contenida y vítores espontáneos.

La intensidad dramática alcanzó su clímax con Hernández en “En vain, pour éviter” de Carmen, donde cada nota fue un despliegue de control técnico y pasión escénica.

La complicidad artística se evidenció en los dúos, momentos en que la interacción entre los intérpretes se volvió tangible: la célebre Barcarolle de Offenbach, interpretada por Hernández y Reyes, flotó con suavidad y delicadeza; mientras que el vibrante Duettino de la zarzuela Cecilia Valdés de Gonzalo Roig, cantado por Hernández y Cuevas, selló la velada con un torrente de energía y emoción compartida que el público premió con aplausos ensordecedores y prolongadas ovaciones.

El acompañamiento musical estuvo a cargo del pianista Antón Fustier Martínez, cuya sensibilidad y precisión aportaron un sustento delicado y poderoso a cada interpretación, mientras que los percusionistas Guarionex Aquino y Adrián Ferreira añadieron color y fuerza a los pasajes más dramáticos, dotando al concierto de una riqueza tímbrica que complementó a la perfección las voces protagonistas.

“Amigos Siempre Amigos” trascendió su condición de concierto: se convirtió en un testimonio del poder de la música para tender puentes entre generaciones, estilos y trayectorias, recordando que la lírica es, antes que nada, un acto de conexión humana. La velada reafirmó la importancia de promover y difundir el talento lírico dominicano, así como de brindar espacios a las nuevas voces que, con esfuerzo y dedicación, continúan expandiendo el legado del bel canto en nuestro país.

Con esta memorable cita, el Teatro Nacional Eduardo Brito reitera su rol como epicentro cultural de la República Dominicana, consolidándose como la casa natural del canto lírico y como plataforma imprescindible para la formación y proyección de nuevas generaciones de intérpretes que llevan la música a lo más profundo del corazón del público.

La noche del sábado dejó una huella imborrable, recordando que la amistad y el arte, cuando se encuentran, generan momentos de belleza y emoción que perduran mucho más allá de los aplausos finales.

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